El otoño llega fiel a su cita: tiempo
de vendimias y de cosechas, tiempo del
DOMUND, el domingo mundial de las misiones. El curso pastoral en las parroquial
y el escolar en los colegios acaba de comenzar; y tenemos que preparar con
esmero, energía y decisión esta Jornada mundial de la misión universal de la
Iglesia. Tengo ante mí el cartel de este año: El Domund cambia el mundo. He preguntado a varias personas qué les parece
el cartel. Lo del cubo, me dice una, me
recuerda mi infancia, cuando jugaba con él.
Pero ni el Domund ni las Misiones “son
precisamente un juego”: En todo caso, son más bien una fiesta: la fiesta de
la fe compartida, transmitida, vivida con aquellas personas de otros países y
culturas que no conocen a Jesucristo, el que con su muerte y resurrección es
fuente da alegría y de esperanza para los que creemos en El.
¿Cambia
el Domund el mundo? Bueno, yo creo que el que cambia el mundo es Dios, acogido
por la fe en el corazón. Cambia el mundo su Espíritu, que está actuando en las
personas que aman, que sirven, que se desviven por los demás, sean niños,
jóvenes, ancianos, enfermos o discapacitados; en los testigos del Evangelio que
dan voz a los que no tienen voz, que defienden los derechos de los pobres del
mundo, que siguen en primera fila a pesar de las amenazas, las calumnias, la
extorsión…, que son fieles hasta el final, hasta dar la vida por amor de los
más pequeños. Y esto en China, Filipinas
o Nicaragua; en Alaska, la Patagonia o Argelia. Precisamente Esther
Paniagua, una agustina misionera leonesa, entregó generosamente su vida en
Argel en 1994. Y el 8 de diciembre de este año será beatificada en la ciudad de
Orán junto con otros dieciocho compañeros mártires. Este amor hasta la muerte si que cambia el
mundo. Y está pidiendo con urgencia el relevo. ¿Te atreves a recogerlo?
Rafael Ramila Fernández
Padre Marista