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martes, 24 de marzo de 2020

Carta del Sr. Obispo de León: "La Anunciación del Señor en plena Cuaresma"



 Queridos diocesanos: La cuaresma va avanzando hacia la celebración de los sacramentos pascuales en la noche santa de la Resurrección del Señor. Estamos acostumbrados a ver la etapa cuaresmal como si fuera la más decisiva del año litúrgico, dándole más importancia que al propio tiempo pascual de manera que tendemos a considerar el “sagrado triduo de Jesucristo muerto, sepultado y resucitado” no tanto como la cumbre del año litúrgico sino como la meta y el remate final del período precedente, la cuaresma.
La realidad es que esa cumbre tiene una etapa ascendente que acabo de mencionar, pero también una etapa que prolonga la meta alcanzada. La simbología de los números en la Biblia nos ayuda a comprenderlo: el número cuarenta del que proviene la propia palabra “cuaresma”, está ligado a períodos significativos de purificación como la cuarentena de días del diluvio (cf. Gn 7,17) y los que pasó el Señor en el desierto siendo tentado por el diablo (cf. Mt 4,1-11). A esta “cuarentena” sigue la “cincuentena pascual”, no tan apreciada pero tan importante, al menos, porque celebra la presencia viva y gozosa del Resucitado que, vivo y glorioso, se acerca a nosotros en los sacramentos para comunicarnos la fuerza de su Espíritu Santo. Por eso el tiempo de Pascua es el propio de la administración de la Confirmación y de las Primeras Comuniones, celebraciones en las que se desborda la alegría de la Iglesia al haber recuperado a su divino Esposo. Pero volvamos a la cuaresma. El ritmo y los contenidos fundamentales de este tiempo se encuentran, ante todo, en el Leccionario dominical de la palabra de Dios de cada uno de sus tres ciclos dominicales (A, B y C), en el Leccionario ferial y en el de la Liturgia de las Horas. En todos los textos se manifiesta el espíritu cuaresmal como llamada al cambio de vida, de manera que cuando en alguno de esos días ocurre la memoria de algún santo, su celebración está sometida a la cuaresma. “La solemnidad de la Anunciación del Señor en el contexto ‘pascual’ de la cuaresma es una celebración de gran importancia porque sin la encarnación del Hijo de Dios no hubiera sido posible la redención ni la Iglesia sería el cuerpo de Cristo, y los sacramentos serían meras ceremonias externas carentes de eficacia santificadora” Sin embargo, hay dos excepciones. Una es la solemnidad de San José el 19 de marzo que, además, es fiesta de precepto entre nosotros; y otra la solemnidad de la Anunciación del Señor el 25 de marzo, nueve meses antes de la Navidad. Tanto una como otra representan una singularidad en el conjunto cuaresmal: reaparece el color blanco de los ornamentos, se canta o recita el Gloria, puede sonar el órgano incluso fuera del canto, etc. Por eso quiero referirme al significado de la solemnidad de la Anunciación del Señor en el contexto “pascual” de la cuaresma. En efecto, existe un nexo fortísimo entre la Encarnación del Hijo de Dios anunciada por el ángel a María y el Misterio Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Este acontecimiento no hubiera sido posible si el Verbo no se hubiese encarnado en el seno virginal de la nueva Eva. La humanidad santísima de Jesucristo, obra del Espíritu Santo, sacrificada y resucitada en la nueva Pascua, fue y es, según el designio divino, la mediación necesaria para nuestra salvación. Pero, como decía san León Magno: el poder de salvación de la humanidad de nuestro Redentor pasó a los sacramentos de la Iglesia. De ahí la gran importancia que tiene el acontecimiento celebrado en la Anunciación: sin la encarnación del Hijo de Dios no hubiera sido posible la redención ni la Iglesia sería el cuerpo de Cristo, y los sacramentos serían meras ceremonias externas carentes de eficacia santificadora. Os deseo a todos una verdadera y dichosa celebración cuaresmal: † Julián, Obispo de León