COLOMBIA. COMUNIDAD VEDRUNA EL OASIS
BOGOTÁ
En
Colombia, y más en concreto en Bogotá, estamos en plena pandemia, sin alcanzar
aun el pico de la curva. En confinamiento desde el 19 de marzo, con alguna
flexibilidad y apertura al comercio.
El
mes de julio está siendo crítico y, en algunas de las regiones, se ha vuelto a
la cuarentena total. Este es nuestro caso.
En
nuestra zona la situación es más complicada porque la mayoría de la gente
realiza trabajos informales o laboran por días. Esto significa que, al no poder
ir al trabajo, no reciben ninguna entrada. A ello se agrega que familias
bastante numerosas ocupan residencias demasiado pequeñas. Es decir,
hacinamiento en confinamiento total.
Los
colegios han estado cerrados desde que comenzó el confinamiento y, el Centro de
Formación Vedruna, también, actuando en consecuencia. Sin embargo, aunque estén
las puertas cerradas, los programas siguen funcionando de forma virtual a
través de Zoom, de las distintas redes y del teléfono móvil, y el personal de
trabajo, por tanto, no ha quedado sin el sustento.
Una
empresa colombiana que solía dar una pequeña ayuda para el sostenimiento del
Centro, dada la realidad, le cambió el destino, enviándonosla para paliar el hambre de las familias de los niños y
adolescentes que atendemos. Y esto, ¿qué significa?, sencillamente, que en nuestro proyecto se dan salidas de dinero y no
entradas. De la misma manera se encuentra nuestra Parroquia Santa Joaquina de
Vedruna pues, aunque las puertas del templo, del despacho y de los salones
estén cerrados físicamente, tanto las Eucaristías como las catequesis y las
reuniones de los diferentes grupos, se realizan por Facebook y zoom. Por
supuesto tampoco recibe ninguna entrada y, sin embargo, tiene que continuar
sosteniéndose el sacerdote y pagando los servicios públicos.
Y, ante
esta situación, ¿qué hemos hecho? Sencillamente, lo que hemos podido.
Como
Centro de Formación Vedruna hemos sido portadoras de ayudas en alimentos para
250 familias, de las que, 40 son venezolanas, para las que se gestionó, además,
una ayuda económica a fin de que pudieran pagar el alquiler de la vivienda y no fueran desalojados. El mismo Centro ha asumido el consumo de
internet para que pueda funcionar la Parroquia de manera virtual. Así mismo, a
través de la propia Parroquia, se distribuyeron otros 270 mercados de alimentos
para ayudar al mismo número de familias.
Pero,
La vida es pascual. La esperanza y la solidaridad se besan…
De
entre las espinas nace una rosa. La grieta de una roca es capaz de hacer
germinar una delicada flor.
Y la
pandemia, tan llena de sufrimiento y de muerte, está permitiendo mostrar la
bondad del corazón de muchas personas; la generosidad y desprendimiento se
ponen de manifiesto.
El
coronavirus, no sólo ha roto vida, ha destapado la oculta, produciendo una
cadena de solidaridad.
Hay
dueños de empresas que, a pesar de experimentar dificultades, piensan en los
que están peor y envían donaciones para aminorar el hambre de la gente. Pero,
hay personas que, sintiendo la necesidad de sus propias familias, al recibir
una ayuda, la comparten con los que aún están en peor situación.
La
mayoría de los miembros de la comunidad barrial, está pendiente de los que
viven sólos, de los que no tienen con qué atender a sus niños, de los que
tienen casa por cárcel, de la familia que saca la banderita roja a la ventana
en señal de haber tocado fondo… Y comparten o generan organización para recoger
y compartir.
Estos
gestos estremecen nuestras entrañas y se convierten en fuente de gratitud y de
oración.
Ante
estas señales de esperanza viene a la mente el texto bíblico “Todo contribuye
para bien de los que aman y son amados por Dios” (Rom. 8,28).
Y
aumentan la fe, la esperanza y el amor.