"Todo el mes de junio de este año 2021 ha sido un continuo movimiento. El año escolar terminó en la ciudad de Toluca, México, el último día de mayo, y poco después 3 seminaristas y los dos formadores nos fuimos 15 días de misión por las montañas de uno de los estados mexicanos, Veracruz, a unas 9 horas de Toluca. Es una zona montañosa y rural, y es parte de una parroquia en la ciudad de Zongolica.
La parroquia tiene más de 30 comunidades dispersas por las montañas. Nosotros visitamos 6 de esas comunidades habitadas por indígenas de lengua náhuatl. La más cercana estaba a 22 kms de distancia por un camino de tierra por el que circulan unas camionetas que cargan pasajeros y mercancías. Hay que decir que estas comunidades no son poblados con casas en un mismo lugar. Todas ellas están compuestas por casas dispersas en las laderas de las montañas y unidas entre sí por senderos estrechos y empinados que ellos conocen. En época de lluvia muchos senderos son impracticables. Solamente una de ellas tiene una veintena de casas a lo largo del camino; las demás casas están perdidas por las montañas; y tiene además una capilla más grande, aún sin terminar, a la que acude el párroco para las celebraciones de los sacramentos.
Todas tienen su capillita para las celebraciones de los domingos cuando llega un “ministro”, una persona delegada por la parroquia para hacer las lecturas y llevar la comunión; también se utiliza para las catequesis. A veces también acuden a la capilla antes mencionada para las celebraciones de Primeras Comuniones y Confirmaciones.
Las casas están construidas en su mayoría con tablas mal ajustadas, con piso de barro, fogón de leña siempre encendido para hacer tortillas de maíz y café a lo largo del día, habitaciones comunes o separadas por telas, camas de tabla, y con letrina externa.
Durante 3 días visitamos, dividiéndonos en dos grupos, todas las casas de cada una de las 6 comunidades. Nos guiaban siempre personas que conocían los lugares y la lengua náhuatl.
Eso suponía caminar todos los días unas 6 horas por senderos de cabras para visitar las casas, y por la tarde dedicar otras dos horas a la catequesis de niños y mayores, con disponibilidad de confesiones si lo deseaban. Las familias se turnaban para ofrecernos desayuno, comida y cena. Siempre regresábamos a dormir a una casa base en la comunidad más céntrica.
En las visitas hablábamos y rezábamos con las personas que estaban en casa, casi siempre mujeres y personas mayores y niños. Los niños no iban a la escuela por causa del Covid. Los hombres o estaban trabajando en el campo o se habían ido a otras ciudades en busca de trabajo. Bendecíamos las casas y los animales que tenían y dábamos la Unción a los enfermos y a veces escuchábamos la confesión y les dábamos la comunión. El último día de la visita celebrábamos la Eucaristía para los que podían llegar a la capilla. Varias veces la lluvia intensa no se lo permitió. Conocían muy bien las oraciones, y las respuestas y los cantos de la Misa en español.
Son muy raras las personas pertenecientes a sectas evangélicas. La gran mayoría en estas comunidades son o se consideran católicas, aunque abundan los niños no bautizados y los adultos no casados. La lejanía de la parroquia y la falta de agentes pastorales que se ocupen de estas cosas, llevan a un abandono religioso preocupante. El/la ministro que se hace presente el domingo en que hay celebración no se ocupa de esas cosas. Y las catequistas suelen ser personas muy jóvenes y con poca preparación y se ocupan de la primera Comunión y de la Confirmación. Lo mismo se puede decir del matrimonio, sea religioso o civil. Muchos se lamentan de no poder recibir los sacramentos por estar ‘en unión libre’. Nadie se ha preocupado por ellos ni los ha preparado. En esta situación se comprende que sean abundantes los hijos nacidos fuera del matrimonio, con los problemas de todo tipo que eso conlleva.
La realidad es dura y tiene difícil remedio. Es casi imposible que el párroco visite más de 30 comunidades con sus casas aisladas y de difícil acceso, además de la parroquia en la ciudad.
Pero es más doloroso ver la poca organización interna de cada comunidad. Lo que hicimos en esos días de misión fue una gota de agua en medio del desierto. La gente nos lo agradeció sinceramente y nos pedía repetir la visita cada año. Quizás otros grupos también lo puedan hacer. Es frecuente en México que grupos de jóvenes en parroquias o centros juveniles hagan sus experiencias misioneras durante las vacaciones y en Semana Santa. Los jóvenes lo desean y quedan contentos y muy tocados por la experiencia.
Para mí fue también un buen entrenamiento para los dos meses y medio siguientes en una parroquia en los cerros que rodean la Ciudad de México. No solamente había calles empinadas, sino también mucha gente venida de esas zonas alejadas de varios estados y muy parecidas a las encontradas en Veracruz. “La mies es abundante”.
Joaquín Fernández, sacerdote marista."