El tema del DOMUND para este año: “Cuenta lo que has visto y oído”, me empuja a contar que, como misionera en Japón y, aunque periodos más breves, en siete países más, he visto claramente que es Jesús el Compañero fiel del misionero. Él es quien, en silencio, va realizando esa Misión para la que justamente, nos sentimos incapaces…
Pertenezco a la Congregación de Religiosas Misioneras de
Sto. Domingo (Misioneras para Oriente).
Ahí, en León, en el edificio al
lado de la cárcel, que era la capilla del Instituto, oí la profunda llamada a
ser lo que soy, a ir por un camino inimaginable para aquel corazón mío tímido,
sedentario, apegado a mi minúsculo pueblo y a mi madre, con la única sencilla
ilusión de ser una maestra de aldea, cerca de ella… En esa capilla se inició mi
“vida- milagro” le llamaría yo, siempre en movimiento, de país en país, de
continente en continente, de idioma en idioma… Yo, la sedentaria, con mi
timidez, de acá para allá por el mundo… Alguien me dijo: “Tú no eres tímida. No
podrías haber viajado tanto por el mundo sola…” Esa persona juzgaba
correctamente que mi timidez no me lo hubiese permitido; pero no se había dado
cuenta de que, el Gran Compañero de mi Camino, JESÚS, había caminado siempre
conmigo…
Nunca lo había hecho sola… Todas
esas características de mi carácter que me podían estorbar, se coronaban con
otra convicción más, de incapacidad: una verdadera alergia a los idiomas… Lo
recordé siempre, con gratitud y seguridad de que era mi Compañero el que me
guiaba cada vez que tuve que hacer traducción simultánea al japonés para mis
Hermanas…
Pero permitidme volver al primer
paso. En aquellos tiempos, los centros educativos, también los públicos, no
tenían solo la función de proveernos de los conocimientos intelectuales que nos
ayudaran a posicionarnos eficazmente en el engranaje laboral y económico de una
sociedad comercial y materialista. Aunque con menor adorno literario, se
valoraba verdaderamente a la persona humana y, por tanto, se dedicaba tiempo y
esfuerzos en ayudar a encontrar respuesta a las preguntas más profundas de la
persona humana y descubrir nuestro propio camino de vida. Gracias a Dios, no
disponíamos de tantos medios como actualmente, que nos distrajeran y nos
ayudasen a ignorar esas preguntas, empujándolas hacia el subconsciente,
esperando allí un momento de debilidad en esa superficie para manifestarse más
dramáticamente, algo así como una explosión volcánica…
Algunos investigadores nos
anunciaban, hace unos días en las noticias, que el gran problema de los
próximos años cincuenta serían las “crisis mentales” Ese “fuego” presionado interiormente, saldrá
por su cuenta, buscando el lugar más débil, el que oponga menos resistencia…
Quizás a nadie, que conozca un poco a la persona humana, le extrañe tal
predicción y nadie, que verdaderamente ame a la persona, puede quedarse
indiferente, con los brazos cruzados…
En el Instituto Juan de la
Enzina, aparte de otras muchas valiosas ocasiones, disfrutábamos de tres días
de interrupción de las clases, para hacer ejercicios espirituales. El Director
del Instituto, el de el retiro, el Capellán y las Señoritas de Orden, ponían
toda su alma en ayudarnos a profundizar, a orar y hasta, cosa bastante ardua, a
saborear algunos momentos de silencio.
Justamente tenía yo doce años,
acababa de escribir mi primer poema y comenzaba a captar, en esa forma espacial
que la mayoría conocemos, las miradas de interés emocionadas de los muchachos.
En una plática se nos presentó el pasaje evangélico conocido como el Sermón
Eucarístico. Jesús, acababa de cruzar hacia la otra orilla del lago, después de
multiplicar los panes y los peces. La gente le buscaba, quería ver milagros…
Jesús les vino a decir, resumiendo: “Me buscáis, porque habéis comido, pero el
verdadero alimento es el que os da mi Padre del cielo. Si no coméis mi carne y
bebéis mi sangre, no tendréis Vida en vosotros…” Estas palabras asustaron a la
gente. No las entendieron. Se fueron quizás pensando que eran locuras. Quedaron
solo los doce Apóstoles, probablemente dudando también… Jesús, a mi parecer,
con mucha tristeza, les miró y les dijo: “¿Queréis iros vosotros también?”. San
Pedro, con su espontaneidad característica, respondió inmediatamente: “Señor,
¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de Vida eterna”. Fue para mí la
Llamada, la convicción de que ninguno de esos atrayentes muchachos, tenían
palabras de Vida eterna… SOLO JESÚS… Supe que, el darlo todo para seguirle, era
mi camino.
Dadas las características de mi
carácter, que apunté antes, busqué mi ruta primero en las contemplativas; pero,
casi inconscientemente, se me fue guiando hacia esta Congregación y hacia la
“Misión”, hacia mi verdadera vocación… No guiada por mi pensamiento o carácter
sino ciertamente por Él… No es que en todo momento del camino lo haya visto tan
claro, pero ya casi en la última cumbre, puedo mirar a la senda y ver que
luminosamente se cumple Su Palabra: “Buscad y hallaréis”, “Yo estaré con
vosotros” …
Después de la primera misión en
Filipinas, donde pudimos experimentar, mientras nos adaptábamos a un clima
tropical, ese otro calor de la gente, siempre amable y respetuosa, con su
característica vibración cooperativa hacia todo lo religioso; nos enviaron a
Japón.
Llegamos a Tokio en el otoño. El agradable otoñal parecía concertar con
la educada amabilidad de la gente y las montañas cubiertas, a
nuestro parecer, de flores rojas. Era el famoso “Momiji”, es decir, las hojas
de arce que hacen una maravilla de esa estación.
Como todos sabemos, Japón, además
de su peculiar cultura que, a veces, se nos hace difícil asimilar, la
interesante lengua japonesa es el plato fuerte de la adaptación. En ocasiones
ofrece tanta dificultad aprender la palabra en sí, como el saber discernir el
momento apropiado en que se debe usar… aunque, en realidad, la cultura japonesa
y la capacidad de comunicación, se han abierto mucho desde mi primera llegada.
Ya hace años, en un
concurso de máquinas de lavar, ganó el premio una presentada por Japón; pero,
en realidad, de origen alemán. Japón la había mejorado tanto que podía
presentarla como algo nuevo. En todos los aspectos, creo que la cultura
japonesa, tiene tendencia a aceptar lo que se le ofrece, pero asimilándolo y
mejorándolo, poniéndole su sello particular. Nos puede parecer extraño que los
hoteles, de nivel medio y alto, tengan entre sus instalaciones, una capilla de
estilo cristiano, donde los novios que celebran el banquete en el hotel, pueden
celebrar su matrimonio. Como ministro, piden la cooperación de un Pastor
protestante o un Sacerdote católico. Por supuesto, la ceremonia tiene todo el
sabor cristiano. Aunque muchos de los Sacerdotes católicos no aceptan la
invitación si la ceremonia no está precedida de un cursillo preparatorio. Estos
matrimonios de no cristianos se celebran, a veces, en nuestras iglesias. No es
muy extraño que algunas de las familias más fervorosas de una comunidad
parroquial, hayan comenzado su encuentro con Cristo, al acercarse, por una
razón u otra, a la iglesia para su matrimonio. Del mismo modo, he conocido a
algunas familias que llegaron a la iglesia guiadas por los parvulitos que
querían bendecir la mesa como les enseñaban en la escuela de párvulos. Los
padres, no cristianos, no las sabían.
El pueblo japonés, que vive en un
país con escasez, tanto de tierras cultivables como de recursos en el subsuelo,
que quedó destrozado después de la Segunda Guerra mundial, pudo llegar hasta la
cumbre del desarrollo, lo que se llegó a llamar “El milagro japonés”. Por supuesto,
llegó hasta esa cumbre apoyado en la
Árbol de Navidad hecho con tapers
riqueza humana de su
gente: capacidad de renuncia a lo personal para cooperar al desarrollo de la
comunidad, responsabilidad laboral, tesón, respeto y gran aprecio por un alto
nivel de educacional. Como bien sabemos, el hombre no es solo exterioridad. El
pueblo japonés, en el que crece, tan lentamente, el número de cristianos que
nunca llegan a rebasar el medio millón, ni aun uniendo todas las
confesionalidades, en una población de más de 120 millones de habitantes, nos
obliga a preguntarnos: ¿No queda casi nada del gran esfuerzo misionero que
exige esa Misión? ¡Claro que queda! El pueblo japonés, aunque no llegue a
bautizarse, tiende a asimilar profundamente algunos valores cristianos.
Cualquier persona te escuchará atenta y respetuosamente si intentas compartir
tu Mensaje. Quizás no lo asimilará todo; pero retendrá partes importantes. No
sentirás nunca, ni mucho menos, el rechazo que se puede experimentar en Europa
actual y estoy segura que, como personas humanas educadas y respetuosas, no
podrían evitar el sonrojo, al ver u oír, algunas de las insultantes palabras de
las que, las noticias nos hacen conscientes, en ocasiones, en nuestro país y
que llegan a ser buen modelo de bajeza y grosería.
En una conferencia ofrecida, hace
ya algunos años, en el Palacio Episcopal de León y a la que pude asistir, se
preguntó a los oyentes si sabían cuál era el país en el que más se leía la
Biblia. Resultó ser América. El segundo era Japón.
Hace años, se abrió en la
Universidad “Sofía” regida por los Jesuitas, en Tokio, un curso especial de
Biblia con condiciones muy estrictas. Todos pensaron que sería difícil reunir
una clase, pero se llenó y se vieron obligados a abrir una segunda y una tercera.
Hasta que la administración, viendo la imposibilidad de seguir, cerró la
matrícula.
¿Qué buscan los japoneses en la
Biblia? No quizás cambiar de religión; pero sí esa espiritualidad que ilumina
el alma y la senda, que da descanso y paz. Además de la satisfacción
intelectual de conocer un Libro, no solo que guía hacia la Vida, sino que te
mete en ella y, además, de ser único, tanto por su contenido como por su
historia de formación.
En la España que, se quiera o no,
tiene las raíces de su cultura hundidas en el cristianismo; parece que hay
bastante dificultad en tener formación cristiana en los centros educativos. En
Japón en nuestra Asociación Escolar de Sta. Catalina que abarca, desde una
Universidad de Trabajo Social y Enfermería, Colegiado de Maestra de Párvulos,
Música, Nutrición, tres Colegios de BUP, seis Escuelas de Párvulos con un
mínimo de alumnos cristianos, en muchos casos, totalmente ausentes, se imparte,
al menos un periodo semanal, de Teología o Religión Cristianas; a pesar de que,
es muy posible, que en algunas clases no esté presente ni un solo cristiano.
Además de que se celebra la Navidad, el día de María, en mayo, fiestas de
Ingreso, Graduación etc., etc. Unida a la parte religiosa siempre hay alguna
proyección social de ayuda al tercer mundo, visitas a enfermos, ancianos, etc.
Además de estas actividades
pedagógicas, tenemos un pequeño Hospital de San Martín de Porres y tres Asilos
de ancianos. Todos ellos con programas religiosos que la mayoría agradece.
Siempre se respeta la libre elección de propio camino, pero ayudando a conocer…
PUES CREO QUE, SOBRE LA IGNORANCIA, NUNCA SE PUEDE CONSTRUIR NI LAVERDADERA
LIBERTAD, NI LA DEMOCRACIA…
La misión de Japón está realmente
hecha a otro nivel y el pueblo japonés, inteligente y de alto nivel
educacional, sabe buscar y descubrir los valores de las cosas y aprovecharlos
para su crecimiento humano y espiritual sin despreciar, ni mucho menos, su
propia cultura.
Aunque esto se extiende ya
excesivamente, quisiera concluir compartiendo una de las primeras y grandiosas
experiencias, en este pueblo que, tradicionalmente, buscó y encontró a Dios en
el contacto con la naturaleza. Yo, en mi primer año, puesto que soy de carácter
bastante distraído, no había advertido la presencia de unos árboles que, aun en
la cercanía de la primavera, no apuntaban sus hojas y se mantenían un tanto
oscuros.
Precisamente, coincidió aquel año
que, al ir acercándose la Pascua, comenzaron a abrirse, en ellos, las flores.
Eran los famosos cerezos que para la Fiesta Pascual habían alcanzado la
plenitud de su esplendor y belleza… Sentí que perdía el aliento contemplando su
hermosura y gritaba en mi corazón “misionera mente inocente”: ¡Cómo este pueblo
no va a creer en la RESURRECCIÓN del Señor, si se lo está gritando la naturaleza!
Entre los infinitos tesoros que me regaló mi
misión está la marca de este florecer que quedó siempre en mi alma, como para
una señal de Vida Nueva, del Señor Resucitado que, casi imperceptible,
vivificantemente acaricia la vida del ser humano y le hace experimentar
suavemente su BELLEZA…